Y la predisposición testimonial—que aminora el engaño y repara la certidumbre—crecía y deslumbraba en vortices de miel y molotov. Mientras ella decía y la otra enseñaba, repetía lo ya aprendido, aunque fuera ella muy en contra de cómo lo aprendió—sabiduría no deseada, pero al fin de cuentas bien conservada, rejuvenecida regularmente en memoria y seguramente en lamentos, pero eso no quiero saber—. Y la otra era más alerta y a la ves más predispuesta, más segura de lo que era y de lo que no era—para mi desgracia, más segura de lo último—. Y no olvidemos a las que no me conectaron sentimentalmente nunca. De esto no sabría escribir con enredos, así que me abstengo a continuar.
Flores probablemente sulfurada. Flores, entre jardines y Edén. ¿Quién pudiera saber? Todo el mundo, todo lo que brilla y resuena, menos yo.
No podría describirte mucho: terminaría describiéndome a mí mismo. ¿Y acaso eso no es lo que pasa, cuando describimos a los demás? No importa. No me importa. Debimos ser amables, hubiéramos sido sublimes.
Y entre roces y ceguera: Flores/Riviera. De cuál música ligera, ((Flores/Riviera)).