Él era un pollo poco locuaz y desganado al escribir. Quizá por eso escribía tan bien a veces—y solo aveces—, pues hay que tener suerte y originalidad y suerte en la originalidad. Repetir palabras te recorta, te encoge y te arrasa la libertad de interpretación. La familiaridad es un arma de doble filo, sí se entiende. Más a menudo es puntiaguda y vampira. El tal pollo ya arrugado debía comprender esto, pues vivía solo, muy solo. Había mucho que extraer de aquel cerebro peludo y sucio, pero no restaba paciencia, a nadie le restaba. Apenas me restaba tiempo para leer en silencio, en engañosa y polémica—algún día cierta—convicción de que todo esto se puede llevar a arder. A nuestro pollo mucho le encantaría esto, claro está, así supongo. Cosa que es tonta, pues dentro de un centro de aislamiento uno puede dedicarse a creer en lo que uno quiera, en lo deseable, rendirse ante lo deseable, ante el deseo, al menos, y soñar libre—¡libre!—, libre de la agonía de poder ser desmentido algún día. Jamás estará este pollo equivocado si se submerge enteramente y se traga el agua y se convierte ya no en pollo sino en pez. Y de ahí solo paz.
Debería deshacer toda industria y consolidarme en el afán de una nación posible, tan siquiera diminuta y a la espera de más recursos humanos, recursos que se actualizan al transcurrir el día. ¿Lo ves, cómo invento frases? Podría combinar palabras incluso. Nuevos significados solo entendibles para uno, con posibilidad de explicarlos, de compartirlos pero ya para qué, al menos que me compren los libros que no consigo empezar. Odio a la juventud y tendría que hacer algo al respecto (no respecto a mi odio, mas a la juventud). Me disgusta también que, bueno, tal vez no deberías saber. Lo que sí resulta meritorio de certificación es la facilidad de aclimatación que experimenta el que no ha sido o no se ha sentido visto, cuando por fin se logra ver, cuando frente a él o ella se impone un espejo perfecto, y la redundancia causa deleite. Ocupa realizar danzas lógicas y aproximaciones para iniciar los engranajes del ser (del otro, del que no me pertenece y “no debería de” según toda ley escrita por quien se apropia de todos los seres). Yo solo escribo palabras. Frases, oraciones, desperfectos y deformaciones (aunque no gramaticales, y no sé por qué). Quién sabe que ya te habrán dicho tus amigos. Lo sé por Susana que a nada bueno dirige escucharlos. Vas a terminar tal cómo la que no quisiste ser, y pese a eso yo te seguiré al instante, bien puntual—como siempre, sólo en las desgracias—, y quizá quince mil borracheras después—en vez de solo quince—me pidas la mano. Y entonces tocará desempolvar todo lo que pudo ser y no podrá nunca ser porque así se ha decidido, así lo decidiste cuando aún podías comparar, se pudo debatir extensamente o de un porrazo entre tu y yo. Y los discos de vinilo de los Franz Ferdinand quedarán rescatados. Cual sea la relación entre ellos y tus últimas memorias adolescentes, la repudio. A ella y a ti y a todas ustedes juntas y por separado y al desenmascarado. No queda más remedio que la fiebre de antaño.