Las lagrimas no se ven bajo el eclipse de los mil soles. Transparente y absurda, como la bondad de una ONG clandestina.
Focabeth demuestra convicción natural cuando responde una llamada repentina.
“¿Quién es?”
“¿Qué esta pasando, Foca? ¿Quienes son estas personas en mi puerta?”
“Mati… es por el bien de todos.”
“Me quieren llevar a prisión.”
“Mati-”
“¡¿Qué mierda les has dicho?!”
Desde el altavoz, se escuchan policías entrando y ordenando a Mati a rendirse ante la ley del hombre moderno. Uno de los polis exige, “Quedas bajo arresto por multiples crímenes en contra de la humanidad”. Oh, como han cambiado los tiempos.
Foca oye todo esto, la convicción de sus actos es su dulce compañía. Agrega “Mati, tuvimos buenos tiempos, no lo olvides”.
Ella no hizo nada malo, claro que no, acaso podría perdonar, o por lo menos reconfiar, confiar de nuevo, sanar de verdad, arreglar una relación tan profundamente vital para ella, no, no, no puedo hacerlo, piensa de a escondidas, no puedo hacerlo, piensa silenciosamente, para que nadie escuche, no eres débil, Focabeth.
Cuelga entonces el teléfono, cuélgalo ya, Foca. Ya está. No fue tan difícil, ¿verdad? Qué pasa Foca, por qué ese repentino cambio de expresión. Oh, ¿acaso estás reconsiderando? Foca, ya hablamos sobre esto. Focabeth García enciende la pantalla de su movil. Abre la aplicación de llamadas, y selecciona un número. Ante la opción de llamar, sus dedos enloquecen. Su mirada es de incertidumbre ante su próxima acción. Ella misma no se puede predecir. Oh, Foca, está bien, yo también te extraño. No te preocupes, te ayudo.
Focabeth García a la una.
Focabeth García a las dos.
Focabeth García a las tres. Y guarda el teléfono. Bien hecho.