Blues de fría colisión

Para esforzarse en stop-motion como un gato fugitivo, uno debe doblegar en suerte y fiebre. Yo no he conocido ni una, nunca. Por lo menos, no de manera comprensible. Ya que cada uno de nosotros está—y esto incluye al gato fugitivo—sumergido en fiebre de deliberado orden.

Los fotogramas también heredan las propiedades del gato fugitivo. Cada uno es secular en su técnica hacia el momentum pleno. Yo sugiero, con nervio profundo pero certeza absoluta, seguir las instrucciones disparadas en la pantalla.

Y hasta los píxeles mienten, estoy seguro de eso. Yo, un ingeniero de fe, comprendo las implicaciones de reunir humo parpadeante y fuego y de muy a veces incluso desatender las especificaciones técnicas, todo al servicio del ruido estridente.

Aspiramos a ser estáticos, pero tan siempre. El gato desea con codicia fotogramas múltiples: mi toma, la toma de ella, la de ellos, la de nadie (igual de valiosa, si es que no más, por el potencial masivo apunto de estallar). Y en una retirada solemne, el gato se resguarda a sí mismo, omnipotente, mientras los que sobran siguen en juego.

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